Encontré el paraíso capitalista en Zúrich
En España, un Estado parasitario me asfixiaba cada vez más. Por eso, a los 21 años, voté con los pies y me mudé al lugar más libre que pude encontrar: Zúrich.

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Crecí en San Sebastián, una ciudad hermosa en el norte de España, entre Bilbao y Francia. Mi padre me dio mucha libertad desde pequeño. Vivía bajo el lema “vive y deja vivir”, y al mismo tiempo fue un gran ejemplo para mí con su estilo de vida saludable y su trabajo duro en su negocio de reparación de electrónica.
Mientras empezaba a formar mi propia visión del mundo, noté cada vez más personas a mi alrededor que sólo conocían una solución para todos los problemas posibles: más intervención estatal y más control estatal. Al menos, así me sonaba a mí, con mis jóvenes oídos libertarios.
Por suerte, tenía un grupo de amigos que compartían mi amor por la libertad. Nuestro grupo con orientación libertaria se reunía una vez al mes para discutir sobre las disfunciones del Estado en todas sus formas.
También tenía otros amigos. Por ejemplo, Gorka, a quien conocí poco antes de la pandemia del COVID-19. Supimos en cuestión de minutos que nos llevaríamos bien. Compartíamos el gusto por la música electrónica y el levantamiento de pesas. Pronto empezamos a planear mudarnos juntos a Zúrich.
Una situación ganar-ganar-ganar
Me mudé a Zúrich en 2023, después de unas prácticas en finanzas y contabilidad. Gorka llegó un año después con su novia María. Ayudé a ambos en su nuevo comienzo en Zúrich. Ayudar a personas inteligentes a emigrar de España a Suiza me parece una situación en la que todos ganan. Primero, emigrar le quita base tributaria a un régimen disfuncional, lo cual me resulta profundamente satisfactorio, segundo, permite que los migrantes contribuyan más a la sociedad porque sus esfuerzos se aprovechan en un entorno con mayor capitalización, tercero, les permite ganarse una mejor vida también gracias a ese mejor entorno. Mi viejo amigo de la escuela, Iván, será el próximo. Quién sabe, tal vez algún día esto se convierta en un modelo de negocio.
“Emigrar le quita base tributaria a un régimen disfuncional, lo cual me llena de satisfacción.”
Lo que realmente me sacaba y saca de quicio es la respuesta típica que recibía cuando criticaba el estatismo Español: “Ya… Pero es lo que hay, vives aquí y te toca lidiar con ello” Esa frase, en realidad, es brillante. No solo reconoce los errores del sistema, sino que también expresa la negativa a abordar las causas más profundas, y una especie de resignación, combinada con la exigencia de adaptarse.
Tomé la decisión de dejar España a los 21 años. Mi insatisfacción crecía cuanto más me informaba sobre cosas como el PIB per cápita, la tasa de desempleo, el impuesto sobre la renta, la relación deuda/PIB o el Índice de Libertad Económica. En todas estas áreas, España tiene un desempeño bastante pobre.
Un momento decisivo que profundizó aún más mi descontento fue cuando aprendí cuánto pagan en impuestos los trabajadores españoles en una clase de contabilidad, especialmente en seguridad social. Al observar más de cerca la creación de los salarios, queda al descubierto un sistema parasitario basado en la asimetría de información. En particular, quiero señalar las contribuciones a la seguridad social, que dos tercios de las cuales engañosamente se presentan como “a cargo del empleador”, cuando en realidad cada euro que le cuesta un trabajador a su empleador se deduce de su productividad marginal, o dicho de manera simple, de su salario. El costo del Estado se oculta deliberadamente, lo cual considero engañoso. Según el Instituto Juan de Mariana, en su estudio “Impuestómetro 2024”, el Estado se queda con casi la mitad de un salario promedio, que es inferior a 30.000 euros.
“El costo del Estado se oculta deliberadamente, lo cual considero engañoso”
Comprendí que algo mejor no solo era posible en teoría, sino que ya existía en otro lugar. Esperaba que la gran correlación entre libertad económica y todo lo que me importa señalara hacia una sociedad más funcional. Por eso, me pareció lo único sensato y éticamente coherente mudarme al lugar más capitalista que pude encontrar: Zúrich. Mi voto en la España socialista era, en la práctica, inútil. Por eso decidí votar con los pies.
Condenados a la mediocridad
Zúrich representa, entre otras cosas, algunos de los salarios más altos del mundo, impuestos bajos y una tasa de desempleo igualmente baja. Mudarse aquí superó mis expectativas. Podría hablar largo y tendido sobre la limpieza y seguridad en las calles, lo bien que se conduce, lo más ilustrado que me parece el ciudadano promedio o cómo el costo de vida, dependiendo del estilo de vida, no es tan alto comparado con España. Pero hay un punto más revelador que todos los demás: en mi primer año trabajando como limpiador, con conocimientos básicos de alemán, pude ahorrar más cada mes que lo que habría ganado en España como analista financiero junior.
Mi estilo de vida ayuda: no salgo de fiesta, ni fumo ni bebo, rara vez como fuera y paso la mayor parte de mi tiempo libre haciendo deporte, leyendo libros de ciencia en mi Kindle o conversando con mis nuevos amigos.
Pero hay algo que me entristece: es una pena que tantos países sean ciegos a las virtudes del capitalismo. Porque esa ceguera equivale a condenarse voluntariamente a la mediocridad.