El paraíso socialista venezolano es cada día más infernal
Con el último fraude electoral, el régimen de Nicolás Maduro ha completado el paso hacia la dictadura. Pero los ciudadanos han encendido el fuego de la libertad: ya no se puede apagar.
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Este artículo está dedicado, con afecto, “a los socialistas de todos los partidos”.
Kennedy Tejeda es mi alumno. He sido su profesor en Derechos Humanos y somos compañeros en varias investigaciones.
Es un joven de 24 años nacido en Montalbán, una población rural del estado Carabobo, en Venezuela, a unos 230 kilómetros de Caracas.
Se graduó de abogado hace un año. Es muy querido y respetado por su comunidad. Es un muchacho de una familia humilde. Hace un par de meses me aseguró que no se iría de Venezuela, como ya lo han hecho cerca de nueve millones de personas, porque soñaba con una sociedad libre y porque el sentido de su vida era ayudar a construirla. Hace tres días, Kennedy fue detenido e imputado por terrorismo.
Temo que, como en otros casos, en cualquier momento los tribunales de Nicolás Maduro lo presentarán en una audiencia ante un funcionario que se hace llamar juez y, sin posibilidad de defenderse, será condenado a 30 años de prisión. De hecho, eso es lo que quieren que creamos.
Oficialmente no hay muertos
Desde el domingo pasado, 28 de julio, unas 2 mil veces se han repetido historias como las de Kennedy en Venezuela.
Los tribunales de Maduro han enjuiciado y condenado por terrorismo, traición a la patria, incitación al odio y otros delitos a cientos de personas, en su gran mayoría jóvenes, que manifestaron ante el fraude electoral cometido en las elecciones presidenciales ganadas por Edmundo González. Los números no son exactos, la desinformación es una política de Estado. Peor, no se sabe con certeza cuantas personas han sido asesinadas por las fuerzas de seguridad o grupos paramilitares del gobierno desde que iniciaron las manifestaciones. Algunos informes indican 24 fallecidos, otros casi un centenar. Oficialmente no hay ninguno. Son miles los heridos y millones las gentes aterrorizadas.
Basta con tener instalada en el teléfono móvil la aplicación WhatsApp o X y algún contenido que te delate como contrario del régimen de Maduro para que, sea en la calle, conduciendo, en un aeropuerto, incluso adentro de tu hogar (al que irrumpen violentamente sin orden judicial) para que cualquier funcionario de Maduro te detenga e introduzca en el mismo horror por el que está pasando Kennedy y su familia. A lo más que puedes aspirar es a que te salve un puñado de dólares, que todo termine en una extorsión.
En el camino a la servidumbre
Injusticia, mentira, arbitrariedad, corrupción son las señas distintivas del socialismo del siglo XXI impuesto en Venezuela por Hugo Chávez y que hoy encarna su sucesor, Maduro.
Pobreza es otra palabra que describe perfectamente este proceso revolucionario de izquierda que ya tiene un cuarto de siglo. Desigualdad, también. Si se compara la descomunal riqueza de la cúpula de jefes gubernamentales y militares con la precariedad de la vida del venezolano común, no hay un solo país en el mundo más desequilibrado.
El socialismo a los venezolanos nos destruyó. Es todo lo contrario a las buenas intenciones que sus partidarios dicen pretender. No es la vía a la justicia social ni a la igualdad de oportunidades, es un despeñadero que estrella a la gente que quiere superarse y vivir en paz. El socialismo no genera incentivos para trabajar duro, producir, cooperar, ahorrar. Más bien crea incentivos para los que quieren una vida cómoda a costa de los demás. Los socialistas se quedan con la idea vaga de una mera distribución de las riquezas de una sociedad y, ello, no es suficiente, más bien, es perjudicial. La riqueza hay que crearla y aumentarla para que todos, todos, se beneficien de sus acciones y de la prosperidad general.
«El socialismo a los venezolanos nos destruyó. Es todo lo contrario a las buenas intenciones que sus partidarios dicen pretender.»
Por eso el socialismo degenera. Cada día se hace más autoritario, con el tiempo sube a la palestra a los peores, al demagogo, al populista, al tirano. Los venezolanos hemos recorrido, también en tres generaciones, el camino de servidumbre que advirtió Friedrich August von Hayek al mundo occidental al final de un recorrido idéntico que hizo la sociedad alemana hasta la destrucción hitleriana.
Antes de que Hugo Chávez ganara las elecciones en 1998, ya Venezuela era el país de toda América Latina con menos libertad económica y derechos de propiedad privada. El Estado, el gobierno de turno, defendía la democracia política pero no la económica. El celebérrimo “Exprópiese” de Chávez no fue un desvío ni una casualidad. Con él se fueron los últimos vestigios de libertad política y nos enrumbamos hacia el control total de la sociedad. Maduro solo concluyó la faena: dio el paso de la democracia social a la dictadura.
Preparados para el fraude
Esta es una frase de Karl Popper: “Personalmente, al sistema de gobierno que puede ser modificado sin violencia le llamo democracia y al resto tiranía”. Ese desenlace violento es lo que estamos viviendo los venezolanos. Maduro es un dictador, un tirano. Tenemos varios años sufriéndolo, denunciándolo, gritándolo con desespero.
Al menos desde 2004 Venezuela está muy distante de realidades como la separación de poderes, jueces independientes, Estado de Derecho, democracia liberal. Tampoco puede hablarse de elecciones auténticas. Todas las que se hicieron desde entonces han sido trampeadas, han estado plagadas de fraudes de distintos tamaños. Chávez y después Maduro nunca han ganado unas elecciones libres.
Lo sabíamos, somos una enorme mayoría sometido por un pequeñísimo sector. Todo un pueblo secuestrado por un grupo armado. Si contamos los millones de venezolanos en el exilio, la relación entre los opositores y los simpatizantes de Maduro es no menos que 90% a 10%. Los venezolanos sabíamos que el pueblo, aún los más pobres, querían un futuro en el que su vida dependa de ellos, sin esperar nada del gobierno. La población venezolana luego de una monstruosa hiperinflación y tantos controles económicos y sociales se percató de que el gobierno es el problema. Como dije en otra ocasión: “En Venezuela hoy, incluso los más pobres, son liberales. La gente queremos que el Estado nos deje en paz”.1
También sabíamos que Maduro y su grupo no iban a respetar los resultados por más abrumadoramente contrarios que fueran para ellos. Lo sabíamos muy bien, y no por encuestas o sondeos, sino por el trato con los vecinos, de las conversaciones en la calle, por el malestar con la injusta situación que padecemos, por el sufrimiento compartido, por las vidas truncadas.
Estábamos seguros de que el gobierno haría fraude. Y esta vez, el 28 de julio, nos preparamos y logramos demostrarlo. Ese día ocurrió la gesta ciudadana más maravillosa que alguien sea capaz de imaginar. Millones de personas votaron contra Maduro y su socialismo, pero también fueron millones los que nos organizamos como nunca antes para poder blindar la expresión popular y mostrar al mundo la evidencia incontestable de nuestro triunfo. Lo dejamos al descubierto. No solo jugamos en un terreno inclinado a su favor, con sus poderes farsantes y sus reglas arbitrarias, sino que, con una campaña manifiestamente liberal, logramos convencer a los venezolanos en participar, votar, y asegurar las pruebas electorales. El trabajo de María Corina Machado, la líder indiscutible de la oposición, la primera persona en atreverse a hacer una campaña política basada en las ideas de libertad, ha sido impecable, inspirador, organizado, inteligente.
Maduro aún patalea y pretende desconocer su derrota, pero las actas que recogen los resultados de la votación en cada mesa y centro electoral del más recóndito y empobrecido pueblo del país, emitidas por las mismas máquinas del sistema automatizado venezolano, están ya en la Internet, al escrutinio de todos.
El 28 de julio no solo ganamos, sino que usamos las propias herramientas del sistema de Maduro, y con las actas de sus propias máquinas de votación mostramos unos resultados contundentes; de cada 10 venezolanos, 7 se manifestaron contra la tiranía ¡Y a millones que están fuera de su país le negaron la oportunidad de votar! ¡Y a miles que están adentro le presionaron, ejercieron violencia y usaron todo el aparato de control social para que no expresaran libremente su voluntad!
Gases, disparos, cárcel
Fue una jugada estratégica maestra, un ejemplo de organización ciudadana que se estudiará por años. Pese a las trampas, se entrenaron cientos de miles de testigos electorales que estuvieron en todas las mesas y centros de votación, vigilantes, reclamando ante los múltiples intentos de saboteo y violencia, bien preparados y exigiendo el cumplimiento de sus derechos como testigos o representantes de la oposición. Desde la instalación de las mesas electorales, dos días antes de las elecciones hasta el momento crucial del escrutinio ciudadano, los testigos no se amedrentaron y lograron obtener copias de las actas de votación en cada una de sus mesas y centros electorales. Las cuidaron con sus vidas, las pasaron a la estructura ciudadana construida y en pocas horas fueron cargadas en la Internet.
Maduro se decantó por el fraude descarado. Como él mismo lo había advertido, prefirió “un baño de sangre” antes que ceder el poder.
El mismo día del fraude, en la tarde, de modo espontáneo, llenos de indignación, por todo el país millones de venezolanos salieron a protestar. Habíamos visto la derrota de Maduro y se encendió la luz de la libertad. Pese a la derrota, acudió a una proclamación írrita, improvisada. Se desvanecían los sueños de reconstrucción, de paz, de prosperidad. Los manifestantes sufrieron represión cruenta: gases, disparos de armas de fuego, cárcel.
Llamamiento al mundo
Estoy abrumado, indignado y, a la vez, esperanzado. Intento reflexionar como venezolano y como ciudadano de este mundo: ¿Qué más podía pedirse a los venezolanos que aceptar participar en las elecciones amañadas de Maduro sabiendo de antemano que aún ganándole no entregaría el poder? ¿Decirles algo así?: “Si el árbitro electoral dice que perdiste y alegas un fraude, demuéstralo de manera irrefutable”. Lo hicimos.
Y lo hicimos pese a que en los días previos a las votaciones el régimen de Maduro expulsaba o impedía la entrada a corresponsales extranjeros y a más de 50 observadores electorales internacionales; mientras la plana mayor de asesores y miembros de la campaña de la oposición seguía perseguida, encarcelada; frente a un despliegue comunicacional total del Estado y una feroz censura de cualquiera de los pocos medios independientes. Esto por referir apenas tres de una larga lista de aberraciones financiadas con el dinero público.
Luego de casi dos semanas, el órgano comicial de Maduro no ha presentado una totalización, desglosada por cada mesa de votación, de los votos que supuestamente lo hacen ganador. Los venezolanos sí: han mostrado más del 85% de las actas de votación que sus testigos lograron recabar pese a las amenazas y violencia que soportaron. Entren en la web: www.resultadosconvzla.com. Vean que 67% a 30% ganó la oposición si se suman desglosados mesa por mesa de votación según las actas emanadas de las propias máquinas de votación del chavismo.
A mis compatriotas del mundo: ¿Dejarán esto así? ¿Pasarán la página rápidamente y abandonarán a la suerte de un tirano y sus fuerzas violentas a los millones de venezolanos que se han sacrificado para mostrar al mundo su sueño de cambio? ¿Es mucho pedirles que, al menos, se documenten y interesen cada uno, bien, de lo que ha pasado y que hagan el esfuerzo de comentarlo a sus amigos en apoyo a esta causa contra la tiranía? ¿Podrían intentar influir en sus gobernantes para que pongan el tema Venezuela entre sus prioridades? Quiero creer que todas las personas decentes, allá donde estén, asumirán ser replicadores de esta historia y abogarán por acabar con una tiranía cruel y corrupta. Los ciudadanos de los países occidentales, de los países libres, elijo pensar, están en la obligación de hacerlo. Incluso las víctimas de regímenes autoritarios y aliados de Maduro podrían enarbolar la causa venezolana para protestar en sus propios países. Cubanos, rusos, chinos, iraníes, tienen la ocasión de alzar la voz por Venezuela ¿Quién podría desechar de plano que esta gesta venezolana por la libertad surta un efecto dominó que sacuda a tantos regímenes autoritarios?
«Quiero creer que todas las personas decentes, allá donde estén,
asumirán ser replicadores de esta historia y abogarán por acabar con una tiranía cruel y corrupta. Los ciudadanos de los países occidentales, de los países libres, elijo pensar, están en la obligación de hacerlo.»
Mi esperanza radica en la convicción de que la sociedad mundial aprende de estos episodios. Las lágrimas de sufrimiento de unos pueblos riegan el terreno para cambios en todos. Una o dos generaciones leerán y verán la heroicidad venezolana, y corregirán.
Y aquí debo detenerme y hablarles a los firmes defensores de la vida, la libertad individual y la propiedad. Los liberales sabemos que allá donde imperan estos valores hay respeto, justicia, paz y prosperidad. Libertad y prosperidad es una feliz coincidencia. Esto puede demostrarse empíricamente, de modo objetivo, cuantificable, más allá de meras opiniones. También sabemos, muy bien, esa relación inevitable entre el socialismo y las tiranías. El intervencionismo estatal y el control de la economía por los gobiernos abona el camino al sometimiento de unos pocos sobre el resto. Este ha sido el recorrido del socialismo en Venezuela. Es hora, pues, de enfilar de lleno sobre esa realidad. Los amantes de la libertad debemos hacer lo imposible por poner en práctica políticas que se basen en ella, experimentar y mostrar las evidencias de cuán mejores son para las sociedades humanas. También debemos unirnos en advertir, como lo hizo Hayek con desespero, sobre las consecuencias no previstas e indeseables del socialismo: su imposibilidad, su inestabilidad, su degeneración. Este par de acciones son un clamor para la comunidad liberal. El caso venezolano nos ofrece una oportunidad de oro para ensayar con esas políticas liberalizadoras, medir y mostrar sus resultados, utilizar los hechos para convencer cada vez a más gente y, al mismo tiempo, para advertir a los socialistas (a quienes he dedicado estas líneas) que sus buenas intenciones no hacen más que empedrar el camino al infierno.
Poco importa, querido lector, donde estés cuando leas estas líneas: en tu comunidad, no tengo duda, hay un venezolano dispuesto a contarte la destrucción que hemos padecido por el socialismo de Chávez y su extravío inocultable con Maduro. Pídele que te cuente su historia.
Hasta el final
Kennedy vive ese infierno. Fue apresado cuando se dirigió a la Comandancia de la Guardia Nacional Bolivariana de su localidad a confirmar si allí había jóvenes arrestados por protestar, para prestarles ayuda. Ejerció su profesión de abogado, actuaba como defensor de Derechos Humanos, velando por los valores democráticos de los que tanto hablamos en clases. Otra vida destrozada por el proceso de degeneración del socialismo chavista.
No niego que siento algo de culpa. Me pregunto si debí haberle aconsejado que no se pusiera en peligro, en lugar de haberle sugerido lo que decidimos hacer tantos: luchar hasta el final.
Kennedy es ahora un ejemplo, un faro que nos recuerda: todo sacrificio vale por la libertad.